Mientras la audiencia salía al final de la segunda noche, muchos empapados después de una fuerte tormenta, la mayoría estaba más que satisfecha. Había sido un evento exuberante. Pero, mientras los últimos rezagados se alejaban apresuradamente del gran palacio nazarí, el debate sobre el significado más amplio del concierto, y en última instancia, el significado del flamenco, apenas comenzaba.
Hoy en día es difícil coger un libro sobre flamenco que no reconozca la influencia -tanto buena como mala- del Concurso de Cante Jondo. El legado del evento en el mundo flamenco cobra gran importancia de la misma manera que el festival de Woodstock de 1969 preocupa a los historiadores del rock. Aunque los dos eventos fueron marcadamente diferentes en tamaño y tono, ambos ayudaron a definir sus eras, generaron una cabalgata de eventos similares, pero fallaron de alguna manera en cumplir sus promesas más ambiciosas.
Al igual que Woodstock, gran parte de la fama perdurable del Concurso radica en quién estuvo allí.
“El poder de 1922 reside en el peso de los grandes nombres que lo dirigieron y apoyaron, sobre todo Falla y un Lorca muy joven”, dice José Javier León, escritor y profesor, y autor de un libro de 2021 sobre el Concurso titulado Burlas y Veras del 22.
Salvado de la extinción
En cuanto a sus beneficios positivos, el concierto de 1922 inspiró una serie de posteriores concursos por toda España, destacando el Concurso de Córdoba de 1956, y otros en Sevilla, Huelva y Madrid. El evento de Falla también logró descubrir nuevos talentos (incluida la leyenda del flamenco que se convertiría en El Caracol) y salvó varios estilos flamencos antiguos, en particular el martinete y liviana – de extinción casi segura.
“Creo que el Concurso sentó un precedente de concursos en la profesión que cambió definitivamente la forma en que percibimos el flamenco y hasta cierto punto cómo lo valoramos”, dice Magdalena Mannion, bailaora formada en la escuela de baile Amor de Dios de Madrid. . ¿Tuvo éxito en su intento de preservar la pureza del arte?».
En estos días, los observadores modernos son propensos a cuestionar algunos de los supuestos históricos de Falla y Lorca, en particular, que el flamenco en la década de 1920 era decadente y agonizante.
“El flamenco desde sus orígenes fue una manifestación urbana”, afirma León, “no rural y clandestina, como creían los impulsores del Concurso, no un producto artesanal de cualquier aficionado, sino una disciplina artística compleja. Dividieron el árbol flamenco en dos, en un lado cante jondo con connotaciones sólo positivas, y por otro «flamenco» -derivado, adulterado y comercializado-. Esta división fue perniciosa».
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